Quentin Tarantino: 'Death Proof', el tropiezo de todo gran director

Quentin Tarantino: 'Death Proof', el tropiezo de todo gran director
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Como venimos viendo a lo largo del especial dedicado a Quentin Tarantino, su obsesión por la cultura pop, por el cine de los setenta y por la plasmación de su universo referencial son los algunos de los principales motivos que le empujan a darle forma a cada trabajo. Con su querido amigo y también cinéfilo acérrimo Robert Rodríguez, Tarantino ideó un film doble, que sería un homenaje al cine de serie B que se exhibía en sesiones contínuas en los setenta, las conocidas como Grindhouse. Un cine de escaso presupuesto, plagado de errores que simplemente alimentaban la sed de cine del espectador en busca de evasión cinematográfica sin mayores pretensiones.

Ambos se juntaron, además de otros amigos comunes (Eli Roth, Rob Zombie), para crear un film doble que sirviera de homenaje. Cada uno se ocuparía de un género distinto y lo vestirían de sabor añejo, le añadirían tráilers falsos y se convertiría en un producto de culto. Sin embargo, el resultado desastroso en la taquilla usamericana obligó a separar ambos largometrajes para el mercado internacional, como forma de rentabilizar la producción. A lo que hay que unir que ninguno de los dos films (ni ‘Death Proof’ ni ‘Planet Terror’) cosechó tampoco un resultado artístico notable.

‘Death Proof’ es el film de Grindhouse que dirigía Tarantino y en la que quiso homenajear, por partida doble, al su adorado cine setentero uniendo el típico slasher con chicas sexys en peligro de muerte violenta y el cine de acción, el cine de persecuciones de coches. Esta conjunción da como resultado un film con un guión que se disecciona en dos mitades, con momentos muy tarantinianos, con buenos diálogos, con un actor recuperado dando lección de carisma y presencia (un estimable Kurt Rusell), con escenas brillantes pero con una narración con altibajos y un resultado irregular. Con ‘Death Proof’ Tarantino baja un peldaño en su notable filmografía. Todo director comete errores y aquí Tarantino, por diversas causas, no logra que su empeño, su talento y su estilo logren brillar como de costumbre.

A ‘Death Proof’ le falla el ritmo

Más allá de esa división en el guión en dos mitades complementarias, que puede interpretarse erróneamente como si no tuvieran tanto en común como realmente tienen, lo cierto es que hasta la aparición de Stuntman Mike y Pam, el personaje que encarna Rose McGowan, la introducción de la historia resulta bastante tosca, estirada y por momentos aburrida. Aquí Tarantino nos presenta a las chicas típicas del slasher, en diálogos de su sello particular, antes de mascarse la tragedia sangrienta. Lo que sucede es que Tarantino queda prendado por sus actrices, por extraer el máximo partido a sus diálogos, que para ser sincero son los más flojos de toda su filmografía, amén de que las actrices, por muy apropiadas que puedan ser, resultan intérpretes mediocres que resultan demasiado planas en esta primera parte. También Tarantino se atasca en la narración, le falta el brío y la agilidad que siempre ha mostrado.

Esa introducción dilatada, con la historia de Butterfly como excusa, es buen ejemplo del Tarantino menos engrasado. Por suerte la trama gana enteros cuando Kurt Russell entra en escena y sus diálogos, sus miradas y su sola presencia le otorgan mayor interés al film. Sin embargo, Tarantino tarda en dotarle del protagonismo que merece y eso se resiente. Con todo, los momentos junto a McGowan son los más ingeniosos y donde los diálogos empiezan a tomar fuerza y sorprenden.

Evidentemente, más allá del homenaje al slasher que se queda demasiado diluido, a pesar de la primera escena sangrienta del film y en la que conocemos las verdaderas intenciones del protagonista Stuntman Mike, Tarantino comienza a desplegar sus verdaderas intenciones para conseguir emular los films (como ‘Vanishing Point’) que, además se mencionan directamente, de persecuciones automovilísticas (incluso utilizando los coches clásicos como el famoso Dodge Charger que Steve McQueen condujera en ‘Bullit’). Si en ‘Kill Bill’ quería probarse como director de acción, ahora quería darle una vuelta de tuerca más y quería rodar al más puro estilo de los setenta, con coches rugiendo, ausencia de soundtrack y CGI para darle protagonismo a la adrenalina, los coches y donde los especialistas del cine de acción entran en juego.

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Zoë Bell encarna el triunfo femenino sobre el macho en su terreno

Cuando asistimos a la segunda mitad, a la verdadera trama que desarrolla la historia, conocemos a Zoë Bell, una doble, especialista de acción con la que trabajó en ‘Kill Bill’ y que se interpreta a sí misma. Una nueva versión de las chicas guerreras que, tras ser acosadas nuevamente por el obseso Stuntman Mike, se toman cumplida venganza. Bell encarna el triunfo femenino sobre el macho y lo hace en su terreno. Con una persecución, verdadera escena cuidada y mimada al extremo por Tarantino y con la que pretendía situarse en la historia del cine por su destreza (y cierto que consigue una escena muy lograda), en el momento álgido y más brillante del largometraje, pero que resulta demasiado aislado en un conjunto falto de brillantez.

La irregularidad con la que Tarantino narra ‘Death Proof’ lastra incluso lo mejor de la película. Ese doble juego de gato y ratón, de perseguidor/perseguidas que de repente gira y nos ofrece la inversión para resolver la trama resulta tan tosco como torpe. De repente, tras la dilatada y pausada presentación de sus chicas (como en él es habitual) y sufrir el ataque (emocionante eso sí) de Mike, asistimos a un cambio radical, en las que el subidón de adrenalina de ellas es el único motivo que justifica su cambio de postura, dejando de lado su papel de víctimas. Por no hablar del duro de Mike, que de repente se vuelve una niñita cuando recibe el primer palo. Aquí Quentin patina, pasa por alto su habitual mimo y especial cuidado de los detalles. Un cineasta que ha demostrado un excelente dominio en la escritura (y filmación) de giros argumentales nos entrega su peor cara.

Quizás su único motivo es que verdaderamente sólo le importaba justificar la escena final, esa larga persecución bien rodada (y mejor montada con un extraordinario trabajo de Sally Menke) que nos deja como único bocado sabroso de todo el film. Y sin embargo, tampoco Tarantino es capaz de rubricarlo como en él es habitual. Finaliza de forma tan abrupta que casi su homenaje a Grindhouse se convierte en verdadero Grindhouse, de calidad Z.

La intención de Tarantino de reinventar el género y con ello dar una nueva muestra de su capacidad de sorprender no llegó a tan altas cotas como hasta ahora había logrado. Quizás pesa también una preocupación sobrada por dotar de uniformidad visual al conjunto, de jugar con los fallos “añadidos”, algo que se puede apreciar cuando en esta ocasión incluso realiza las labores de director de fotografía.

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